sábado, 6 de marzo de 2010

APARIENCIAS


Si tan solo el mas inteligente de los burros trataría de actuar razonablemente o preguntarse que es lo que hace aquí parado, cientos de contradicciones permanecerían dormidas dentro un sólido baúl. Pero hace ya mucho tiempo que la tapa de aquel cofre ha sido abierta y hasta hoy en día la carencia de espontaneidad, originalidad e ideales continua enmascarando a una sociedad convencional. El hombre que acompaña con un coro al unísono florece en cada esquina como margaritas en primaveras, y aquel hombre que en un grito insoslayable intenta emitir su mensaje, es atacado por la prensa que en su grito aun mayor, modifica, corrompe o sentencia sus anhelos. La mierda del mundo emerge a borbotones cuando una especie de fiebre amarilla vaga sobre las cabezas de los hombres. El campo tiene el silencio tan parecido como la voz callada de aquellos que sueñan con revoluciones y la ciudad es un tablero de ajedrez donde cada uno sueña con no ser un pobre e indefenso peón. Los gritos que llegan hasta el cielo son eternos pero silenciosos y los restantes, tan ruidosos y cínicos, protestan por no ser protestados. Los reyes y las reinas se unen en pacto de conquista y avasallan las demás piezas. La partida rápidamente obtiene un ganador y al caer la luna toda la historia vuelve a repetirse cuando el sol comienza a amanecer.
El hombre es una pieza, una diminuta pieza que participa del juego. Ciertas veces planea estrategias y sigilosamente va moviendose a espaldas ocultas de los demás. En otras ocasiones, su jugada es vislumbrada por la mayoría y si la misma no es lo suficientemente convincente, allí se hacen presentes el rey y la reina para derrocarla. Esta pareja fiel todo lo desea, pero no siempre lo obtiene todo.
El pacto establecido entre los máximos directores del gran juego es un tanto previsible y es tan vulnerable como algunas estrategias. Solo se necesita de una mínima cuota de reflexión y de un ataque fuertemente estructurado para desequilibrar el orden de su columna. En estas situaciones, los pasos llevados a cabo no admiten posibles equivocaciones, leves cuotas de piedad o algunas raciones de ignorancia; aquel hombre que se equivoca espera su mortalidad, aquel que ofrece su piedad es masticado por los dientes que lo rodean y aquel pequeño cerebro ignorante es, en este ambiente hostil, una presa fácil.
Si el turno llegase de pronto, la tranquilidad debe gobernar el pulso de las muñecas y la cabeza debe llenarse de la mismísima frialdad que contiene la mirada del asesino antes de fusilar a sus víctimas. Si bien aquí no se comete ninguna clase de crimen, es conveniente que la conciencia este preparada a la altura de las circunstancias para no dejarse asesinar por la inquietante espera que antecede a las acciones. Es el tiempo de espera aquella vacuna de nervios que de repente puede inyectarse por debajo de la cervical y esta posibilidad no resulta ser muy aconsejable. Luego de que el tiempo de espera se haya podido controlar, se procede a actuar lenta y razonablemente; sin apuros ni estupideces.
Finalmente, toda nuestra vida estamos jugándola en un juego que responde a un acción llamada "vivir". Viviendo vamos jugando y jugando vamos viviendo. Las estrategias de la partida son planes tan similares a los que se realizan cuando, como arduos estrategas, planeamos las vacaciones. La correlatividad entre nuestra vida y nuestro juego es tan intensa que en un punto es un solo piolín por el que mantenemos el equilibrio. En un punto, el juego y la vida son uno solo y luego vuelven a separarse mínimamente para mantenerse íntimamente relacionados. Desde ambos lados observamos nuestros movimientos y ciertas veces los analizamos. En algunos días recordamos haber sido derrumbados por los vientos de la vida y entre cientos de turnos viajan las memorias de las estrategias que resultaron victorias y las que no tanto. Luego, nuevamente sobre ese único punto nos vemos tan inertes como pájaros enbalsamados y comenzamos a soñar construyendo escaleras hacia las nubes.