miércoles, 13 de enero de 2010

MUERTE

Existe un único momento, de suma importancia e impacto, que llega inevitablemente en la vida de todo ser vivo: la muerte. Es ella, frecuentemente, el único hecho que “cuestiona” la existencia del hombre. Quizás cualquier otro acontecimiento se pasee desapercibido ante su vida, pero el momento culminante en que la mortalidad del ser se hace presente, es un suceso que pone en marcha el profundo pensamiento del hombre.
La llegada de un inminente fin angustia, confunde, aturde y enceguece su paso por la vida. El solo hecho de pensar que algún día su cuerpo caerá sin fuerzas al suelo, para nunca más levantarse, complica la existencia del ser.
Resulta entonces muy común entender a aquellas personas que dicen que la vida no tiene un sentido genuino. En un principio su idea suele ser comprensible y no es nada raro que a lo largo de los años de la humanidad esta hipótesis siga vigente. Pues la razón del ser no cesa y en su marcha ordena una detenida reflexión y pensamiento para cada hecho que el ser lleva a cabo. Sería muy egoísta de su parte ignorar algo tan trascendental y épico como la vida misma.
Es así que la razón del propio ser es la única responsable de su angustia y confusión. A través de ella, nuestra conciencia es gobernada para imperar en sus correspondientes súbditos: las acciones. La conciencia solo responde a su inmediato superior al igual que todas nuestras acciones responden a ella. Y es a través de cada una de nuestras acciones cotidianas que sentimos lo que sentimos, que sufrimos por vivir lo vivido para terminar angustiados y confundidos.
Son esas obedientes acciones los cabos finales que determinan la conclusión sobre nuestra existencia. Mediante sus cabos va tejiéndose el gran telar de nuestra existencia y en repetidos viajes de viceversa entre ellos y nuestra conciencia, vamos obteniendo las diferentes determinaciones sobre el campo de la razón.
El hombre que vive su vida, se olvida en cierta parte de su razón y de su conciencia con sus respectivas acciones y posteriores conclusiones. Aquel hombre que ha nacido y que durante su vida lo ha preocupado el gran dilema de su existencia, ha sido un hombre que no ha podido vivir. Este hombre solo ha pensado en la muerte, en su llegada en tiempo y lugar. Indefectiblemente no ha vivido una vida, pues es imposible vivir pensando en la muerte.
Finalmente puede citarse que la vida es ese rejunte de pequeños trozos que quedan el camino; trozos carentes de pensamiento. Pues todo lo demás es materia de reflexión sobre nuestra existencia y solo confunde y sofoca.
La vida puede o no tener sentido, pero para que el hombre la viva, irremediablemente debe pensar en la muerte. Sino… ¿Qué sentido podría tener la vida si fuera eterna? ¿No es la muerte aquel broche de oro que cierra un suceso completamente inentendible como la vida, pero que no obstante nos invita a vivirla?

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